Soy Sara, nací en la región de Ayacucho y crecí en su sierra. Pero lo cierto es que Ayacucho también tiene selva, y esta limita con las regiones de Huancavelica, Junín y Cusco. A esa zona la llamamos el VRAEM: un lugar cercano —y a la vez muy lejano— que no pude visitar… hasta este año, que finalmente fui.
El VRAEM, o Valle de los ríos Apurímac, Ene y Mantaro, es una zona conocida en el imaginario colectivo como peligrosa. Las noticias hablan de atentados, presencia de narcoterrorismo, accidentes por carretera. Incluso en la misma ciudad de Ayacucho se siente ese temor.
Históricamente, esta zona ha sido profundamente golpeada. Además de su aislamiento geográfico y su lejanía respecto a las capitales de Ayacucho o Cusco, el VRAEM fue uno de los territorios más castigados durante el conflicto armado interno que vivió el Perú entre 1980 y 2000. Las columnas terroristas atacaban constantemente a la población civil y a las fuerzas del orden. Miles de familias fueron desplazadas, y muchas otras perdieron a sus seres queridos.
Además, a finales de los 80, el narcotráfico comenzó a desplazar su influencia desde el Valle del Huallaga hacia el VRAEM, convirtiéndolo en uno de los principales productores de hoja de coca del país. Hoy se estima que más del 40% de la producción de coca en Perú proviene de esta región.
Mi primera vez en el VRAEM

Este año fui con mis padres y hermanas. Cuatro días intensos. Viajamos desde Huamanga hasta Kimbiri, luego a Pichari, ambas ciudades pertenecientes a la provincia de La Convención, Cusco. Son seis horas de camino por una carretera que, honestamente, está para llorar: un gran obstáculo para el desarrollo del turismo y otras actividades que requieran de buenos caminos.
Y sin embargo, lo que encontré me conmovió.
Lo que aprendí en el VRAEM
- Seguridad: Durante todos nuestros recorridos, en Sivia, Pichari y Puerto Mayo, me sentí segura. Caminamos de noche, conversamos con locales, sin sentir peligro. El único ruido inquietante era el de helicópteros militares haciendo rondas nocturnas.
- Memoria viva: Las personas que conocimos tienen historias ligadas a la época del terrorismo y el narcotráfico. Cada conversación era un testimonio de resiliencia, sufrimiento, limitadas oportunidades económicas y consecuencias dolorosas.
- Turismo emergente: Dormimos en la comunidad nativa ashaninka de Monkirenshi, en un hermoso lodge financiado por la Municipalidad de Pichari. Me emocionó saber que están invirtiendo en proyectos de ecoturismo y desarrollo sostenible: talleres de telares, bisutería con materiales locales, y acompañamiento para recibir visitantes.
- Naturaleza abundante: Cataratas, piscinas naturales, aguas termales, bosques de bambú, mariposas multicolores, aves en todo su esplendor cantando y volando… y el imponente río Apurímac, fluyendo al lado de las ciudades. Me asombró la belleza y el potencial turístico de la zona.
- Comida de la selva: Me reencontré con el sabor de lo natural: pescado de río cocinado al bambú, chilcano, plátano hervido, agua de coco fresca. Placeres sencillos que olvidamos en las grandes ciudades.
- Transformación agrícola: Vimos patios llenos de granos de cacao y café secándose al sol. En el VRAEM, más de 45 mil hectáreas se dedican al cultivo de cacao y café de calidad, productos que hoy abren puertas a mercados internacionales. Podemos encontrarlos en las ferias y apoyarlos comprando sus productos.
- Canon minero y fondos públicos: La provincia de La Convención, donde están Kimbiri y Pichari, recibe uno de los mayores cánones mineros del país gracias a su proximidad a proyectos como Camisea. Esto ha permitido que se financien concursos de proyectos de innovación social, infraestructura y turismo comunitario.
- Reconectar: Conectarnos con la naturaleza, con el agua, con la oscuridad de la noche, el verde de las montañas, cura. Porque venimos de ahí: miles de años viviendo como humanos solo con la naturaleza, tratando de entenderla y, a veces, de domarla. Estos viajes permiten reconectar con la Madre Tierra y asombrarse del milagro de la vida. Nos invitan a reflexionar sobre los ciclos de la Tierra, esa danza incansable donde conviven la muerte y la vida al mismo tiempo: ves flores que mueren y otras que brotan, sin pausa, sin juicio, con belleza.

Una zona herida… pero con esperanza
El VRAEM ha sido una zona marcada por el miedo y la violencia. Pero también es una tierra que late con fuerza, donde sus ciudadanos y organizaciones trabajan por reconstruir un nuevo relato.
Necesitamos mirar el VRAEM sin prejuicios, con más empatía, y sobre todo, con presencia. Ir, conocer, escuchar, y regresar contando otra historia.

Tsamari itankari
(Vuelve pronto, en ashaninka)
4 comentarios
El Vraem marcado por violencia terrorista pero cuenta con personas emprendedoras que hacen de sus productos agrícolas el boom de lo orgánico y natural: chocolates, cafés, cócteles de exportación y el gran proveedor de frutas: mandarinas, naranjas, piñas, cocos, papayas, zapotes, limas, pacaes, plátanos a precios generosos y al alcance de las mayorías para nuestra región . Gracias Sarita por compartir esa experiencia del contacto de la naturaleza del VRAEM y su gente que a pesar de tanta dificultad que vivieron muestran ser felices.
Gracias Anita por leerme. Ten una linda semana.
Que hermoso!
No hay duda que el estar conectado con la naruraleza te da paz y sobre todo ves todo el poder de Dios en su creación!
También el poder disfrutar en familia gozando la naturaleza, no tiene precio.
Gracias por compartir lo!!
Gracias Chelita por leerme. Así es, la creación es hermosa, qué afortunados de poder vivirla 🙂