Introducción:
En el siglo XXI la humanidad ha alcanzado una calidad de vida impensable para nuestros ancestros. Sin embargo, la desigualdad económica sigue siendo un fantasma que acecha en nuestro festín. A pesar de ello, vivimos en un mundo donde la información, los recursos y los productos están a solo un clic de distancia. Podemos viajar a cualquier rincón del planeta en cuestión de horas, comunicarnos en tiempo real con cualquier persona y trabajar desde la comodidad de nuestro hogar. Incluso, podemos conocer gente en cualquier parte del mundo.
La evolución de la humanidad nos permite vivir más cómodos que nunca, pero este confort no ha sido gratuito. Las generaciones pasadas trabajaron duro y sufrieron para lograr las condiciones que millones de personas disfrutamos hoy.
En este artículo, quiero rendir homenaje a las generaciones pasadas, en especial a la Generación silenciosa, los nacidos entre 1920 y 1945, a través de la historia de mi abuelo Felipe Palomino Palma.
Descripción:
Mi abuelo Felipe nació en 1920 en una comunidad campesina en Ayacucho, Perú. Sus padres eran ganaderos y comerciantes, le heredaron su casa de adobe y chacras para que pudiera vivir y trabajar ahí.
Hasta el siglo XX, esas comunidades no tenían carreteras, los viajes se hacían en caballos, mulas o caminando. No había electricidad, agua ni saneamiento. La ciudad más grande y cercana, Huamanga, estaba a más de quince horas a caballo.
En este contexto, Felipe tuvo que aprender a ser autosuficiente y a trabajar duro para sobrevivir y mantener a su familia. Entrevisté a algunas de sus hijas e hijos para conocer mejor su vida y legado, comparto algunas reflexiones:
1. Adaptarnos a las diferentes oportunidades:
Su padre, Manuel, le había enseñado como oficio el ser negociante y le heredó chacras que las dedicó a la agricultura y ganadería.
Se dedicó a diversas actividades en paralelo, “según las necesidades del mercado y de los amigos que lo invitaban a participar de ferias o eventos”, nos dice su hija. Él compraba vacas flacas, las engordaba y luego las vendía en ciudades como Ica, Huancayo o Lima. También acopió cebada y la vendía a la maltería de la ciudad. Vendía leche fresca de sus vacas al hospital de Ayacucho. Crió cabras, carneros, gallinas, cuyes; sembró diversas hortalizas y verduras. Constantemente buscaba nuevos productos.
Felipe se desplazaba junto a sus socios durante semanas en caballos llevando sus productos a otras ciudades, recorría cerros y montañas en diversas condiciones climáticas agresivas, durmiendo en las montañas y siendo su techo las cuevas y árboles.
2. Generosidad y solidaridad con la comunidad:
Felipe estaba dispuesto a ayudar a la comunidad, especialmente a los más necesitados. “Él regalaba su ropa o plato de comida si se enteraba de la necesidad de algún vecino”, me contó Maura.
Lo eligieron juez y gobernador de la comunidad campesina donde nació, tenía una habilidad que pocos tenían en el campo en esos años: sabía escribir y leer, actividades que disfrutaba mucho hacer, lo dotaban con claridad y fluidez en su comunicación verbal.
“Le gustaba escribir cartas y siempre traía periódicos de la ciudad, se sentaba a leer debajo de su árbol”, indica Marciana.
3. Trabajar y disfrutar de la vida:
“Matemos una oveja para los visitantes”, era una de las frases más comunes de mi abuelo. Él apreciaba mucho las visitas de la familia, quería que estuvieran cómodos y se sintieran bienvenidos, era un hombre cariñoso con sus hijos.
No faltaba la música y el canto como sobremesa luego de la comida. La música era generalmente huayno o santiago en quechua, mientras los adultos bailaban en un zapateo armónico y alegre acompañado de instrumentos como guitarra, acordeón y arpa. Mientras tanto, los nietos y bisnietos dormíamos en la habitación de abajo, extenuados de jugar en las chacras verdes de mi abuelo.
Él disfrutaba los placeres de la vida, fue un aficionado a la cría de caballos de paso, incluso participó en concursos de caballos de paso, comparto con ustedes la foto de dos copas que encontré en su casa.
4. Buen humor y buena comunicación:
“Padre puede quedarse con el vuelto del pago para el cuarto matrimonio”, mi abuelo respondía con humor al cura que lo casaría por tercera vez. Sus dos anteriores esposas murieron, dejándolo viudo dos veces.
Sus hijas lo recuerdan riéndose con sus amigos y visitantes, apreciaba la conversación pícara en quechua, era un gran anfitrión.
Como juez y gobernador, se consolidó como un líder de la comunidad, era muy respetado por la gente, muchos le decían “Papá Felipe”. Su capacidad de negociación le permitía resolver conflictos y encontrar soluciones beneficiosas para todos”, nos cuenta su hija.
5. Educarnos para mejorar:
“Usted debe estudiar y aprender”, le repetía mi abuelo a mi madre. Mi abuelo creía firmemente que la educación era necesaria para tener mejores trabajos, y por eso motivaba a sus hijos a estudiar, incluso a las hijas, lo cual era inusual en esa época.
De esta manera, sus hijos continuaron estudios en la ciudad, volviendo al campo sólo para visitarlo. En el caso de la tercera generación, ósea los nietos, como yo, incluso tuvimos el privilegio de migrar a la capital, Lima, para desarrollar nuestros estudios universitarios.
Mi abuelo Felipe murió a los 90 años, lo recuerdo en sus últimos días echado bajo la sombra de su árbol al lado del río, con su sombrero negro de ala corta, bien abrigado y enternado, lo caracterizaba la elegancia. Lo imagino sacando hojas de coca de su bolsillo y preparándose para chaccharla, lo acompañaba una caja de cigarros Inti y leía algún periódico; su voz era muy ronca y tenía unos ojos negros con una luz muy brillante.
Él nos enseñó a través de su vida lecciones como ser generosos y solidarios, a disfrutar la vida y a nunca rendirnos. Él como otros de la generación “silenciosa” se sacrificaron y vivieron en un contexto de mucha pobreza y necesidad.
Reflexión final:
«No somos más que eslabones de una larga cadena que se remonta a los orígenes del tiempo y se proyecta hacia el futuro.» – Carl Sagan
Las generaciones pasadas nos legaron un mundo de oportunidades, pero también nos enseñaron el valor del esfuerzo y la perseverancia. Como reflexionaba Rafael López en su libro “La generación del junco: memorias de un baby-boomer”, todas las generaciones tienen sus luchas y sus retribuciones.
Hoy, las generaciones que vivimos en el siglo XXI, tenemos acceso a un mundo de oportunidades que nuestros abuelos ni siquiera podían imaginar. Podemos disfrutar de oportunidades que ellos nunca tuvieron como viajar a cualquier parte del mundo, trabajar desde casa, comprar cualquier producto o servicio a través de nuestro móvil.
¿No es el legado de nuestros abuelos y abuelas, construido con trabajo colectivo, el que nos inspira a seguir construyendo un “mejor” mundo para las generaciones futuras?
2 comentarios
Respecto de raíces y frutos. Para mí es un viaje a través del tiempo, recuerdos vividos y ejemplo legado de perseverancia y solidaridad. Gracias Sarita.
Gracias Anita por tu tiempo para leer mis reflexiones.
Muy agradecida.